lunes, 23 de julio de 2007

Árbol || El árbol y su mundo

Al salir de la ciudad, el primer impacto que sufrimos es el paisaje: cielo azul, campos salpicados de montes, caminos que serpentean, que se cruzan, que se pierden. La distancia es inmensa, inacabable; el contorno que nos rodea nos inunda como un dibujo con sus maravillosos colores en plenitud. Allí vemos un cardal, más allá, cortando la línea del horizonte, un pequeño monte de aromos...; aquí y allá matorrales y pastos silvestres. Lagunas con juncos y camalotes, con sus aguas quietas como un espejo y que brillan bajo el sol como diamante, rotas en círculos por algún pez que roza su superficie o por algún pájaro sediento. Sembrados que se suceden. Ganado que, lento y apacible, pasta.
Aquí una casita, más allá una pequeña granja. Todo se modifica, el clima varía como el paisaje. A medida que seguimos viajando, comienzan a perfilarse, recortados en el cielo diáfano y sereno, pequeños bosques; hasta entrar en la cerrada y misteriosa espesura del monte.
Las nubes que se aproximan y alejan con lentitud, nos llaman con el ulular del viento; el camino termina en un sendero, sendero que se tuerce entre los pastos y se escurre bajo la sombra de los árboles.
Olores que se mezclan; un fresco especial; nos palpita la sien; nuestros pulmones encuentran su desahogo máximo, por el aire puro. Nos envuelve el silencio; silencio especial, distinto, misterioso, que permite casi escuchar los latidos de nuestro corazón, o como si nos encontráramos en una de esas catedrales de siglos pasados. Este silencio está formado por mil rumores; en el armonioso contrapunto, el trinar dulce y cortado de algún pájaro escondido entre el follaje, el leve murmullo de las hojas agitadas por la brisa. Raro y dulce sonido que revela la intensidad de una vida invisible. Sonidos que se mezclan en una melodía humilde y constante, que es un canto, el canto eterno y antiquísimo de la naturaleza.
De pronto, el ruido seco y reiterado sale de la espesura; golpes claros y regulares que resaltan en el profundo silencio del bosque. Al son de estos golpes, seres de todas especies saltan de rama en rama, otros corren entre raíces retorcidas y se esconden entre la maleza; aves que vuelan sobre el espeso follaje. Porque ellos saben muy bien el origen y significado de esos golpes: en algún lugar cercano, hacheros abaten árboles.
De pronto cesa el rumor, silencio total y, después de un instante se oye el estruendo de un árbol que cae. Cayó un árbol, uno más; solariega morada de nidos, donde generaciones de insectos lo conocieron como su único mundo; de pájaros que buscaron su alimento entre sus ramas, sus frutos, su corteza. Cayó un árbol que en su existencia dio vida a una “ciudad”. Árbol que fue escenario de pájaros carnosos, que lucieron su voz.
Ahora es sólo una cosa muerta; sólo un largo tronco áspero y nudoso que pronto será desprovisto de sus ramas, para luego ser llevado a un aserradero para su industrialización.
Antes de entregarnos su cuerpo, durante su vida, el árbol nos brindó entre tantas cosas el oxígeno puro que llena los bosques, el vapor de agua necesario para humedecer la atmósfera.
La hoja es un minúsculo y perfecto laboratorio, que durante el día cumple un complejo proceso químico, según el cual del anhídrido carbónico que está dispersado en el aire y que representa el producto de desecho de la respiración animal, la planta fija en sus tejidos el carbono y devuelve a la atmósfera el oxígeno.
La flor, por la belleza de sus colores, es la parte más atractiva del árbol; la semilla es en cambio la más importante y la más delicada, ya que de su desarrollo nace un nuevo organismo que asegura la reproducción en la especie. La semilla está sólo en las plantas que tienen flores. Estas están contenidas generalmente en el fruto que deriva de la transportación del ovario de la flor. Las semillas tienen distintas formas (ovoide, cilíndrica, esferoidal, etcétera), diferentes dimensiones y variedad de colores.
Todos es importante: cada grano e esencial para su función y todos igualmente necesarios para la vida. Las raíces tienen suma importancia en el árbol: sirven de órgano de fijación al penetrar en el suelo donde se ramifican y de esta manera sostiene la planta fuertemente. Además, solidifican el terreno, por eso el hombre planta en las laderas de las montañas para evitar derrumbes.
Las raíces cumplen función de reserva y acumulación de aguas y sustancias nutridas durante los meses de verano y lluvias, para el invierno y tiempos de sequía.
Este tesoro vegetal que es el árbol debe ser respetado, por eso cuando se corta un árbol, por necesidad, debemos plantar otro, y así cuando un retoño es hundido en la tierra, resulta un solemne acto, un tributo de gratitud a los árboles, a los que debemos gran parte de nuestro bienestar, de nuestra dicha.



René Darán
Fuente: Diario La Capital. Sección Flora y Fauna de Nuestro País /1984/87
Director EcoNews
rene@eco-news.com.ar

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