lunes, 23 de julio de 2007

Aguaribay

El aguaribay es un árbol querido y no es casual que desde los Incas venga su predicamento si bien se desconoce si la adoración tenía que ver con sus posibilidades curativas.

Árbol de mediano porte, con un follaje persistente que bien nos recuerda al sauce llorón, el aguaribay no es como lo han dicho algunos historiadores originario de México.

Fue el árbol sagrado de los Incas, a quien adoraban con el nombre “mulli”. Castellanizado se lo llamó “molle”, palabra ésta que con el tiempo quedó en algunos libros especializados al lado de la del nombre científico del aguaribay: Schinus areira o Schinus molle, y luego el habla popular lo nombró –lo nombra- con otros sinónimos tales como árbol de la pimienta, bálsamo, curanguay, gualeguay, molle, pimentero, y en Bolivia le dicen Castilla.

Habita distintas zonas de nuestro territorio, entre ellas Córdoba, Corrientes, Catamarca, Jujuy, La Rioja y Tucumán, pero no son las únicas: hay ejemplares hasta en nuestra ciudad donde se lo conserva y donde seguramente el que le dedicó el espacio a este ejemplar tenía ciertos conocimientos de algunas significaciones de la planta, pero por lo general ésta no deja de ser una gratificante rareza.

El aguaribay es un árbol querido y no es casual que desde los Incas venga su predicamento si bien se desconoce si la adoración tenía que ver con sus posibilidades curativas.

Entre nosotros, a su corteza de color pardo oscuro, a veces tirando al grisáceo, casi escamosa, se la usa en decocciones para combatir la hinchazón de los pies y curar las heridas y úlceras, pero también la infusión hecha con sus hojas combate las afecciones nerviosas, es de gran provecho en las jaquecas fuertes y es buena para los catarros que tienen origen crónico.

El árbol es bien conocido cuando está en flor –unisexuales, amarillas y pequeñas- pero su grandeza se realza al madurar los frutos de color rojo, globosos y aromáticos.

Esto último delata en el árbol su condición medicinal aunque también con estos frutos se elabora arrope –una especie de aloja, chicha y vinagre- y por lo levemente picantes han sido y es un excelente sucedáneo de la pimienta para condimentar comidas, embutidos y el relleno de las empanadas.

De paso diremos que el aguaribay es originario de América del Sur y centro de la Argentina, pero en la actualidad es cultivado por su belleza en todos los países templados y cálidos.

A pesar de ser fuerte, de alcanzar hasta 20 metros de altura, esta planta necesita del clima, y aún en estos climas propicios hay casos en el que el fuerte viento se convierte en un potencial enemigo; en una estancia, me relató su dueño –poseedor de dos ejemplares- que un temporal le arrancó la parte de la copa, y en algunos casos el viento los descalza de raíz.

Como toda belleza que no se cuida se pierde, el aguaribay necesita de cuidados y entre éstos, en las llanuras, un buen resguardo de los temporales es inestimable.

Este lejano pariente del sauce llorón –el parentesco viene por las delicadas y caídas hojas- es de copa grande, algo densa y globosa. Como dijimos más arriba, en su época de floración y posterior enrojecimiento de los pequeños frutos, se engalana su porte y es un ejemplar digno de verse por lo extraño de sus formas, es decir de sus ramas.

Son pocos los ejemplares en las ciudades, por lo tanto es bueno destacar el de bulevar Oroño entre San Luis y 3 de Febrero: el pequeño cartel dice “Plazoleta del aguaribay”; un justo homenaje.

Ana Emilia Líate, poeta platense, en un extenso artículo titulado “Adiós al aguaribay de Samay Huasi”, publicado en las páginas de este diario el 7 de abril de 1977, cuanta sobre el aguaribay de la finca de J. V. González, lugar en que el poeta lo dedicaba al “ocio creador”. Una orden burocrática decretó la enfermedad del árbol y se taló. Triste fin del árbol de poeta, y triste también el desconocimiento que de ellos se tiene.



René Darán
Fuente: Diario La Capital. Sección Flora y Fauna de Nuestro País /1984/87
Director EcoNews
rene@eco-news.com.ar

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